Relatos

Yolanda

José Isidro López Fumero nos escribe este relato breve

José Isidro López Fumero
photo_camera José Isidro López Fumero

Buscaba a Yolanda mientras transcurría el temprano 
encierro por la calle Frauca.
Pisaba el albero, miraba al tendido.
Antes de estallar el primer exploto su pañuelo rojo se 
difuminaba; todo se borraba desde que su moza desapareció.
Ya no estaba allí el ángel del cielo que un hermoso día  
le entregó su voz, que le dio su alma y sus armonías 
a las melodías más inspiradoras.
Con sus imperdibles tonos dominantes, la siguió buscando.
Desde Gaztambide, desde la Carrera, de la Plaza nueva 
se acercaba al Keiles recreando a tientas pausas y medidas.
Se daba la vuelta, tiraba a la izquierda, hacia la derecha, 
tiraba hacia el centro, se acercaba al río, se asomaba al puente. 
Por el casco antiguo preguntaba en peñas, en las sociedades. 
No la habían visto, ni en la calle Rúa, ni en la plaza vieja,
ni en la de San Jaime; no la habían visto en ningún lugar.
Al día siguiente, por si la encontraba, hizo el recorrido 
caminando al paso de la procesión.
Junto a los sonidos de los 
pasodobles contempló a Santiago sobre su caballo. 
La siguió buscando entre los gigantes y llegó hasta el 
centro de la catedral.
Los días pasaban y llegaban otros sin saber que hacer 
para reencontrarse con la cenicienta de su corazón.
En la vieja iglesia de la Magdalena se encontró rezando 
para sus adentros; la querida abuela le enviaba  
acordes de los Txistulares y de las comparsas que se 
acompasaban al latido lento de su corazón.  
Aunque se esforzaba por aparentar, echaba de menos 
su cálida voz. 
Yolanda, su amor, su idea del bien, 
su filosofía, su razón de ser, no estaba con él.
Cada noche entera de otra noche más, tras la pirotecnia 
singular del Ebro, entre los compases, mágicos, brillantes,
de la revoltosa, se la imaginaba perdiendo el zapato, riendo 
con ganas mientras desnudaba sus pequeños pies.
Entre los acordes del pobre de mí 
su mirada triste se notaba ausente, llena de recuerdos. 
Al final del tiempo, mientras caminaba desde Sancho el 
fuerte a la Sinagoga de la Judería le llegó un susurro y, 
con el susurro, le llegó su voz, su cálida voz.
- Despierta, cariño, solo ha sido un 
sueño, una pesadilla.