Pasodoble

Los que ya somos viejos, en nuestra adolescencia, bailábamos, inseguros por nuestra bisoñez, en la plaza de los Fueros en las sesiones de noche que interpretaba la banda municipal.

Cuando sonaba un pasodoble, me decía envalentonado, “esto sí sé bailar”. Ritmo de paso rápido, cadencioso. Nada de centrarse en el cuerpo que llevas entre los brazos. El ritmo arrasa los estímulos. Solo ritmo; es como si bailaras solo, incluso sería más fácil centrarse en el compás. Aunque, una mujer risueña, alegre, de compañera, produce una sensación como si llevaras un tesoro para guardar entre los brazos. En ese ritmo no impera lo carnal, sino la sensación de alegría, de flotar, centrándose en las baldosas y escapándose de los pisotones.

Aunque a veces, el aliento de las caras juntas, me sumía, me embargaba, me entraba por la nariz y me removía los cimientos de sensaciones carnales, no necesariamente solo sexuales. Sería como los primitivos se acercarían a sus hembras y olfatearían este mismo fato, poderoso, sensual, que llevaría a cortejar a la mujer para después conquistarla, y éstas, según el fato masculino si le gustaba, a dejarse conquistar. La sensación es mucho más que lo consciente y que lo puramente físico.

Cada cual olemos de distinta manera. En tiempos de “Maricastaña”, en mi juventud, cada mujer, cada chica, supongo que cada hombre, olíamos de forma difrente, pero olíamos cada cual a su peculiar y único fato. Y había fatos que nos estimulaban, otros no, o lo contrario. No me refiero al olor por la falta de higiene, sino al olor personal que no estaba tapado, como ahora, por el perfume o la colonia de turno. Los mensajes de las feromonas que todos los cuerpos exhalamos, están ocultos o, tal vez, a puro de no servir como mensajes de los cuerpos, se han llegado a abolir, o no sabemos percibirlos.

Merecía la pena bailar un pasodoble con una hermosa y cálida chica, y que además supiera bailar. Era un puntazo de satisfacción y de sensualidad.

Felices fiestas 2024.