Opinión

Lecciones de Ruanda

En abril del año 1994 comenzó en Ruanda el genocidio de los hutus contra los tutsis. De forma inexplicable 800.000 personas fueron asesinadas a machetazos. Han pasado ya 30 años. Nos parece un suceso muy lejano en el tiempo y el espacio. Además, nuestros prejuicios nos llevan a pensar que “esos tíos son unos salvajes; es imposible que eso ocurra aquí”. Tampoco parecía viable una guerra en Europa y bueno, ahora estamos como estamos. Aunque es un caso extremo, en los tiempos de polarización actuales este asunto nos aporta muchas lecciones.

Todo comenzó con la “radio de las mil colinas”. Se dedicó a enrarecer el ambiente y a generar un enorme sentimiento de odio de unos contra otros. La primera regla para llegar a semejantes situaciones es despersonalizar a los demás. En nuestro caso a los tutsis se les llamaba “cucarachas”. Llegados a este punto todo empeora. Valoramos los defectos de los demás y no nos damos cuenta de sus virtudes. Lo más curioso es que lo hacemos de forma inconsciente: el primer engaño comienza siempre por uno mismo. No somos buenas o malas personas con todo el mundo todo el tiempo.  Podemos ser muy amables con nuestros familiares y tratar a nuestros compañeros de trabajo como a cucarachas. Las últimas investigaciones en neurociencia demuestran que nuestro comportamiento depende más del entorno que de nuestra personalidad. En otras palabras, si tenemos esperanzas en que nuestro futuro va a ser positivo somos más amables con los demás. Si estamos pasando una situación de incertidumbre en nuestra vida y tenemos preocupaciones graves  estamos más irascibles con los demás.

En la actualidad, la radio de las mil colinas prosigue con sus emisiones. Sin embargo, su nombre ha mutado: redes sociales, internet, algoritmos y una vida social en la que la mayor parte de los conocidos (salvo las personas que valoran con espíritu crítico cada situación) nos van a dar la razón. Todo ello es la causa del aumento de la polarización actual: por ejemplo, en Estados Unidos ha bajado de forma preocupante el número de matrimonios entre demócratas y republicanos. 

Tenemos una tendencia innata a realizar clasificaciones, por eso siempre que hay conflictos graves, desde dos personas que se están separando hasta un enfrentamiento armado tendemos a discriminar entre unos y otros. Sin embargo, como confirman los corresponsales de guerra: no existen buenos y malos. Existe una excepción: casos en los que una ingeniería social llevada a cabo por mentes perversas logre crear el caldo de cultivo necesario para que una parte de la población desee marginar o incluso eliminar a otra. Desde algo tan sencillo como evitar que una parte de la sociedad tenga acceso a ciertas jerarquías como asesinarlos brutalmente a machetazos. En todo caso se torna necesario, para cualquier tipo de conflicto, buscar las razones de unos y otros.

Podemos clasificar las separaciones de las personas en tres tipos: matrimoniales, de amistad o laborales. Muchas de ellas terminan peor de lo que deberían ya que cuando acudimos a pedir consejo a alguien existen dos sesgos. Nuestra versión, que siempre nos va a favorecer (omitiendo unas cosas, realzando otras) y la de nuestro “asesor”, que buscará contentarnos. Si a eso le añadimos el riesgo de dar vueltas y más vueltas a pensamientos intrusivos está claro que la situación puede empeorar. No hay otro remedio que cortar el círculo vicioso cuanto antes, aunque solo sea por salud mental.

Un caso sencillo de espiral negativa: yo te insulto una vez, tú me contestas con dos improperios, entonces yo suelto tres, y así hasta el infinito. ¿Qué hacer? ¿Cómo evitar el hecho de llegar a niveles tan altos de degeneración? La solución es parar cuanto antes. Pongamos que alguien comienza a echarnos en cara algo realizado hace tiempo. La reacción inicial es defendernos y contraatacar. Sin embargo, es útil pensar otras alternativas. ¿Por qué me hablan así? ¿Qué pretenden obtener? En una relación humana ideal sólo tiene sentido recriminar algo del pasado si es para mejorar el presente y futuro. Si de todas formas nos encontramos en una situación así, lo que suele ocurrir es que la otra persona esté sacando de sí mismo alguna frustración o preocupación interna. En este caso se recomienda  usar la técnica del “etiquetado de afectos”: parar y preguntar al otro por sus emociones y sentimientos.

Por otro lado, podemos meditar acerca de si algunos conflictos no los generan partes interesadas que desean seguir disfrutando de sus privilegios. El caso más obvio es el de la política de alto nivel. Es mejor tener a la gente “de la calle” discutiendo tonterías que tratar el asunto principal: gestionar bien el dinero público.

Muchos historiadores piensan que en la Primera Guerra Mundial las élites lograron crear nacionalismos patrióticos para que el “vulgo” se enfrentase entre sí.     

La historia no se repite, pero rima.