Opinión

Los Caídos: concurso de ideas y frivolidad

Por las informaciones de la prensa, en relación con el futuro del Monumento a los Caídos el alcalde Asirón sigue aferrado a las soluciones planteadas en el concurso de ideas de 2018-2019 consensuado por Bildu, Geroa Bai y PSN, barajando incluso reducir el número de proyectos a considerar.

Recordemos que las bases de dicho concurso planteaban libertad de propuesta de actuación sobre el edificio, fuera de desaparición, mantenimiento o transformación, y que, tanto en el caso de optarse por el mantenimiento, total o parcial, o en el caso de dotarle de nuevos usos, se le debería dotar de “nuevos significados cívicos, compatibles con el mantenimiento de una memoria histórica crítica”. 

Ahora bien, esa finalidad de memoria crítica desapareció en las siete propuestas finalmente seleccionadas. En principio, mientras una proponía el derribo del edificio para crear un espacio de memoria, seis planteaban conservar todo lo fundamental, así como usos diferentes, como espacios de memoria, museos, centros de mediación, oficinas del ayuntamiento o incluso utilización lúdica-recreativa. 

De cualquier forma, después de haber analizado las memorias expositivas de esos siete proyectos, llama profundamente la atención la circunstancia de que ninguno planteó esa perspectiva de memoria histórica crítica exigida en las bases del concurso, ni ahondó en la significación del monumento como memoria parcial y como memoria negadora y borradora. Incluso cuando hablaron de su resignificación memorialística, tampoco hicieron referencia a las circunstancias concretas de cómo se desarrolló la limpieza política de 1936-1937 y de quiénes fueron sus agentes. Pareció que los arquitectos y urbanistas autores de los proyectos, así como los baremadores, se hubieran visto contagiados de la manera aletargadora con la que el Ayuntamiento emprendió el proceso y que no persiguió otras soluciones fuera de las explícitamente arquitectónicas y urbanísticas, donde las víctimas no cuentan y el proceso de limpieza política registrada en 1936-1939 está completamente ausente, algo lógico puesto que no hubo en absoluto ningún debate histórico acerca de los significados del Monumento.

El proyecto titulado “Pausoz Pauso” afirmaba que el Monumento a los Caídos “conlleva una gran complejidad de memoria” y que “refleja un periodo pasado controvertido”, sin profundizar en nada más, para proponer allí un Museo de... los Sanfermines.

El titulado “Metamorfosis” era el único que planteaba desmontar el edificio y construir un espacio para la memoria, aunque su concepto de lo ocurrido consiste en “escuchar a las víctimas, del bando que sean” y que “cada uno haga su proceso de memoria”.

El tercer proyecto, “Árbol de la Memoria”, tampoco introducía ningún elemento discursivo sobre la génesis del monumento y su gestión a lo largo del tiempo, ni sobre los hechos acaecidos en la retaguardia navarra tras el golpe de Estado, aun cuando planteaba un Centro de Cultura y Memoria y la instalación de un árbol de 35 metros con los nombres en sus hojas de los asesinados por los golpistas y el franquismo, todo lo cual conviviría con el mantenimiento de los frescos de Stolz, frescos que, según ya hemos explicado en otros artículos, explicitan la narrativa requeté de la historia de Navarra como Cruzada permanente.

También el proyecto “Civitas” sugería un centro de interpretación memorialístico, sin precisar nada sobre él ni sobre el carácter golpista del edificio.

A su vez, “La Casa de Todos” ideaba la ubicación de una nueva sede del Ayuntamiento de Pamplona desde el “firme convencimiento” de sus autores de que el monumento “no se debe demoler” porque “no debemos intentar borrar las capas de la historia que no sean acordes con la realidad más actual, sino aceptarlas, aprender de ellas, e intentar asimilarlas de la forma más productiva”. Una receta para la amnesia de los vencidos, sin Justicia que moleste, construyendo una “sala polivalente” en la cripta para actividades ciudadanas.

Ideas de fondo similares se advertían en “La Puerta del Sur”, que sostiene diferir el debate del edificio otros cuarenta años para tener “una toma de decisiones sosegada” y porque “aún permanecen abiertas en algunos sectores de la sociedad las heridas de la guerra civil”. Pero ni la falta de sosiego ni las heridas abierta les impedía tomar partido y ensalzar la calidad del edificio, de sus vidrieras y de sus frescos y apostar por “sustraernos a la tentación de borrar o reescribir la historia”, comparando la posibilidad de su demolición con “un acto de barbarie” como el de los talibanes. Sus proyectores decían que el derribo supondría, ni más ni menos, la amnesia histórica, “cuando se ha de mantener la memoria de la guerra civil y la dictadura en las generaciones futuras y contribuir a evitar que algo así vuelva a suceder”. Pero este contradictorio y frívolo razonamiento deja al descubierto su falsedad cuando descarta las infraestructuras memorialísticas que pudieran justificarlo, debido a sus costes, recomendando sustituirlas por… un restaurante, una cafetería y una librería.

El proyecto “Wu” defendía una intervención resignificadora y la instalación de un Centro Internacional para la Mediación de Conflictos, sin ahondar en absoluto en los usos primigenios.

Por lo tanto, incluso los que integraban alguna solución memorialística, o bien no concretaban sus contenidos en absoluto o, si lo hacían, incorporaban un sospechoso sesgo equidistante.

Si ya, tal y como comentamos en nuestro artículo anterior sobre la imposibilidad de una resignificación significativa, no podemos esperar demasiado, dados los precedentes de la gestión de la memoria de la limpieza política de 1936-1939 realizada en los últimos lustros por las instituciones oficiales, de las soluciones de memoria presuntamente crítica y de salvaguarda, con fines didácticos para un futuro de no repetición, planteados por las mismas, nuestro escepticismo aumenta sobre las posibilidades que lo hagan los arquitectos, siendo los proyectos escogidos una prueba de ello.

Es llamativo que los arquitectos y urbanistas autores de esos proyectos seleccionados se ufanen en ignorar todos los extremos contextuales que condujeron a la construcción del edificio y que se centren en buscar soluciones, a lo sumo intermedias y poco comprometidas (cuando no, fuera de lugar acerca de la esencia del elemento sobre el que actuar), y obvien que la discusión debe atender en primer lugar a aquellos y al propio significado del edificio. 

Los arquitectos autores del Monumento tenían claros los conceptos últimos a los que respondía este. ¡Cómo no iban a tenerlos si uno de ellos, Víctor Eusa (por cierto, con calle dedicada en Pamplona hace pocos años) fue uno de los chóferes secretos de Mola en sus viajes preparatorios de la conspiración entre marzo y julio de 1936!. Sabían claramente qué querían y por qué, al imponer ese símbolo de memoria impositiva, beligerante, disruptiva y transgresora.

No, la vía del concurso de ideas no nos parece una solución ni digna ni respetuosa ni inteligente.