Tras un año durmiendo mal por culpa de la misma pesadilla, no atendía las explicaciones en clase y estaba cateando el curso.
Cuando le dieron las vacaciones navideñas, sus padres le castigaron al saber que había vuelto a suspender. Esa noche volvió a soñar...
Paseaba, tranquilo, por un bosque; de pronto, se aterrorizó cuando una potente luz roja surgida de la espesura le cegó y paralizó para siempre. Despertó asustado. Ese sueño difería del resto, al fin había visto de donde procedía la luz: del hocico de Rudolph.
Al comprender lo ocurrido, se vistió, cogió algo del garaje y salió. Tras restituir el reno de madera al porche de aquella casa de donde lo había robado la Nochebuena anterior, su colorada nariz volvió a brillar y el espíritu festivo resurgió en su desolada calle.
Gracias a la voz de su conciencia, el ladrón aprendió la lección; y a partir de ese día, durmió de maravilla, pues al portarse bien y respetar las posesiones ajenas, se esfumaron sus pesadillas.